“29
de diciembre de 1795:
Despierto
lleno de ti. Tu imagen y los placeres intoxicantes de anoche, no permiten que
mis sentidos descansen. Dulce e incomparable Josefina, ¿de qué manera tan
extraña trabajas en mi corazón?
¿Estás
enojada conmigo? ¿Estás triste? ¿Estás decepcionada?
Mi
alma está rota por el dolor y mi amor por ti me prohibe el reposo. ¿Pero cómo
puedo descansar cuando me rindo a la sensación que comanda mi alma, cuando bebo
de tus labios y de tu corazón cual llama ardiente? […] En tres horas la volveré
a ver.
Hasta entonces, miles de besos, mi dulce amor,
pero no me devuelvas ninguno pues provocan que mi sangre arda como el fuego”.
La
pareja se casó en 1796, y a los pocos días, Napoleón fue encomendado como general
de los ejércitos en Italia, a quienes guió en la invasión de dicho país. La
distancia entre los amantes aumentó la correspondencia por parte de Napoleón,
quien tras el fulgor de las batallas, redactaba emocionales misivas de amor,
derrochando la nostalgia por el calor del amor de su esposa y múltiples
momentos de enfado tras la aparente indiferencia de su amada.
3
de abril 1796
“He
recibido todas tus cartas pero ninguna me ha causado tal impresión como la
última. ¿Cómo, mi amada, puedes escribirme de ese modo?
¿No
crees que mi posición es ya bastante cruel, sin agregar mis propios
sufrimientos y rompiendo mi espíritu? ¡Qué estilo! ¡Qué sentimientos muestras!
Son fuego y queman mi pobre corazón.
Mi
josefina y única josefina, además de ti no hay alegría; lejos de ti, el mundo
es un desierto y cuando estoy sólo y no puedo abrir mi corazón.
Te
has llevado más que mi alma; eres el único pensamiento de mi vida.
Cuando
estoy cansado del trabajo, cuando los hombres me desesperan, cuando estoy a
punto de maldecir estar vivo, pongo mi mano en mi corazón; tu retrato cuelga de
él, lo miro y el amor me trae la felicidad perfecta.
¿Con
qué arte me cautivaste para concentrar todo mi ser en ti?
Vivir
para Josefina, esa es la historia de mi vida”.
17 de julio de 1796
“Desde
que te dejé, he estado constantemente deprimido. Mi felicidad es estar cerca de
ti. Incesamente revivo en mi memoria tus caricias, tus lágrimas y tus
solicitudes afectuosas. Los encantos de la incomparable Josefina encienden,
continuamente, un ardor y una llama que brilla intensamente en mi corazón.
¿Cuándo, libre de toda solicitud, de toda atención de acoso, seré capaz de pasar
todo mi tiempo contigo, teniéndote sólo para amarte y pensar en la felicidad de
decirlo y demostrártelo?”
Fecha
incierta
“No he
pasado un día sin amarte; no he pasado una noche sin estrecharte en mis brazos;
no he tomado una taza de té sin maldecir la gloria y la ambición que me tienen
alejado del alma de mi vida. En medio de las tareas, a la cabeza de las tropas,
al recorrer los campos, mi adorable Josefina está sola en mi corazón, ocupa mi
espíritu, absorbe mi pensamiento. Si me alejo de ti con la rapidez de la
corriente del Ródano es para volver a verte más pronto. Si, en plena noche, me
levanto para trabajar, es porque ello puede adelantar en algunos días la
llegada de mi dulce amiga, y no obstante, en tu carta del 23, del 26 Ventoso,
me tratas de Usted. ¡Tú misma me tratas de usted! ¡Malvada! ¿Cómo has podido
escribir esa carta? ¡Qué fría eres! ¿Qué sucederá en 15 días?
Adiós,
mujer, tormento, dicha, esperanza y alma de mi vida, que amo, que temo, que me
inspira sentimientos tiernos que me llaman a la Naturaleza y movimientos
impetuosos tan volcánicos como el trueno. Yo no te pido amor eterno ni
fidelidad, sino solamente … verdad, franqueza sin límites. El día en que digas
te amo menos será el último de mi amor o el último de mi vida. Si mi corazón
fuese bastante vil para amar sin ser correspondido lo destrozaría con mis
dientes. ¡Josefina! ¡Josefina! Acuérdate de lo que te he dicho algunas veces:
la Naturaleza me ha dado un alma fuerte y decidida. Ella te ha hecho de encaje
y gasa, ¿has dejado de amarme?”
Josefina
escribía poco, y aquellas cartas con su letra carecían de toda emoción. El
corazón del general se alimentaba del ideal de su mujer, quien incluso se
negaba a visitarlo, argumentando cientos de pretextos, incluido un falso
embarazo. No fue sino hasta su regreso de la campaña de Egipto, en 1798, que
Napoleón descubrió al amante de su esposa, y lejos de destruir su matrimonio y
la oportunidad de fortalecer su ascenso social, mantuvo las apariencias pero
devolvió la cachetada con su propia amante. Josefina resistió las humillaciones
de Napoleón pues sabía que no podía vivir en la miseria, lejos de la alcurnia y
el respeto que como esposa del general tenía. Sin embargo, el gran amor, ya
desquebrajado ante el engaño, se terminó cuando los herederos no llegaron. El
matrimonio se divorció en 1810 y el emperador buscó el amor y a su primogénito
en brazos de María Luisa de Austria.
A pesar de
la ruptura, Napoleón no abandonó a su compañera, a quien siguió escribiéndole y
apoyándola financieramente durante el resto de su vida. Tras Waterloo y el
exilio en Santa Helena, Napoleón se despidió de Josefina antes de que muriera
por pulmonía:
“Adiós,
mi querida Josefina, resignaos como yo, y no dejéis de recordar al que jamás os
olvidó”.
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